Hace unos días, se publicó el informe «Perfil Tecnológico Hospitalario en España» publicado por Fenin ( Federación Española de Empresas de Tecnología Sanitaria).
En este informe el dato estadístico más relevante es el descenso (un -18% en 2013) en la inversión en mantenimiento del equipamiento sanitario, poniendo de esta forma en riesgo la calidad y la correcta funcionalidad de los mismos.
Y una consecuencia de la deficiente atención de los equipamientos sanitarios, da como resultado una deficiente trazabilidad en el mantenimiento preventivo de los equipos. Un dato preocupante si atendemos a la definición de mantenimiento preventivo publicada en la Circular 3/2012 de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, AEMPS : «Intervención o intervenciones técnicas definidas en los protocolos de revisión del fabricante y que tienen el fin de asegurar que un producto sanitario cumpla especificaciones del fabricante y garantice que conserva la seguridad y prestaciones previstas. Puede incluir sustitución preventiva de piezas y accesorios.»
En consecuencia, atención a los siguientes datos que también figuran en el referido informe:
Este es el porcentaje de acreditaciones de mantenimiento preventivo de los equipamientos sanitarios en función de su modalidad tecnológica. Llama la atención en especial, los bajos porcentajes referentes a Ecografía (21%) y Sistemas de Monitorización (23%), y los posibles errores en las técnicas clínicas derivadas de estas modalidades tecnológicas.
Si a eso le sumamos, de forma paralela, las anotaciones recogidas en el documento «Recomendaciones de no hacer» elaborado por la Sociedad Española de Radiología Médica (SERAM) donde encontramos hasta 38 consejos para reducir el número de pruebas radiológicas obsoletas y de dudosa eficacia y utilidad, llegando a la conclusión de que «una de cada tres pruebas podrían evitarse».
Con estas variables como mero ejemplo:
– el deficiente mantenimiento de la tecnología sanitaria disponible.
– y el exceso de uso no eficiente de las pruebas radiológicas;
nos siguen indicando que la Economía de la Salud no se reduce simplemente a la aprobación o no del acceso al mercado de las innovaciones terapéuticas, un punto en el que ya tenemos claro que «está todo por hacer«; sino que hay que analizar en su conjunto y por separado las diferentes áreas de gasto sanitario directo e indirecto, y a su vez todas sus variables derivadas, para buscar una eficiencia de los recursos que repercuta en una mejor utilización de los disponibles- tanto materiales como humanos- escapando así del uso electoralista del acceso a la salud y poder tener un acceso racional a la innovación tecnológica y terapéutica, respaldado por una «valoración económica racional y sin prisas».